Dos libros que me conmovieron, que son a su vez dos relatos iniciáticos.
La montaña mágica, de Thomas Mann
El libro empieza cuando Hans, un burgués austríaco, va a visitar a su primo Joachim a una clínica para tuberculosos. Joachim es un soldado y espera ansioso el alta médica que no llega, no soporta la vida ociosa de la clínica. En cambio Hans se adapta rápidamente y disfruta de esas tardes vacías, de contemplar el paisaje de los Alpes, las comidas en el salón y las charlas con el humanista italiano Settembrini. Al poco tiempo de estar ahí, Hans empieza a sentir un malestar y resulta que también enfermo de tuberculosis. Es una noticia que recibe con cierta alegría, porque se ha enamorado de Madame Chauchat, la de los ojos tártaros que le recuerda a un compañerito de escuela, primer objeto de su amor. Hans observa y disfruta esa vida, que está también teñida de tragedia: cosas como el aislamiento, la muerte de algún huesped, la desparición de un compañero de comedor, los síntomas de gravedad en el propio cuerpo o en el cuerpo del ser amado son cotidianas o esperables.
La montaña mágica es además de la historia de Hans, un documento de una sociedad perdida para siempre, la de la alta burguesía europea de principios del siglo veinte, con sus códigos, sus vicios, reglas, y sus discursos políticos encarnados por los antagonistas Naphta y Settembrini, en medio de los cuales el joven austríaco va moldeando su
propio pensamiento. Thomas Mann demoró más de 9 años en escribirlo, y el libro nació a partir de su propia estancia en una clínica para tuberculosos, acompañando a su esposa, que tenía esa enfermedad.
París era una fiesta, de Ernest Hemingway.
París era una fiesta: el libro póstumo de Ernest Hemingway que recrea su juventud en París, en la época de entreguerras. Un París lleno de escritores, artistas y bohemios, el París de la generación perdida, donde Hemingway recibe su educación sentimental. Lo que más me gustó de este libro fue imaginarme a Hemingway, décadas después de ese momento añorado, en una casa inmensa, bajo el sol de la Florida, pensando en ese estudio sin agua caliente ni calefacción, en un París helado, donde vivió en su juventud. Tomando conciencia de lo hermoso e irrepetible de ese tiempo. El tiempo de su formación como escritor: la pobreza, la convivencia con Hadley (su primera mujer) su hijo y su gato. La amistad con Scott Fitzgerald, la locura de Zelda Fitzgerald, Gertrude Stein, Ezra Pound, Joyce, Sylvia Beach y su librería Shakespeare and company.
Lo mejor de la novela es que la tristeza con la que Hemingway evoca ese momento es una tristeza festiva, como dice el título. Porque eso que está contando es un recuerdo, y si es un recuerdo es porque a fin de cuentas existió.
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